Por Carlos Manuel Álvarez
Tomado de CubaDebate
El guía
Edinio Martín fuma, con envidiable calma, el primer cigarro del día. Y observa con indiferencia el Mar Caribe, la mancha oscura y plana que descansa allá, bien lejos, a lo largo del horizonte. Detrás, imponente, cuidándole las espaldas, la Sierra Maestra. El paisaje impacta. Abruma. Parece un sitio prehistórico, un rincón del Pleistoceno.
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Edinio Martín: su recorrido en verdad son uno y medio, o dos recorridos. Foto: Aline Marie Rodríguez |
Pero Edinio Martín fuma con extrema paciencia. Llena sus pulmones de humo y se siente feliz, entero, como siempre. Nada de esto luce fuera de su alcance. El lugar ha caído en la rueda dentada de la costumbre, y ya no es, por tanto, un lugar imaginario. Existe. En el Oriente cubano. Y es motivo de historias, diálogos, fabulaciones. Aunque a Edinio Martín nada de esto le preocupe, pues solo le interesa su trabajo. Y seguir siendo un hombre feliz, que es a la larga lo más difícil.
Termina de fumar, se levanta de la butaca, y estira los brazos y las piernas. Es mulato, no muy alto, de nariz grande y pronunciados pliegues en la frente. Lleva un par de botas negras marca Coloso, pantalón de camuflaje, pullover ancho y gris, gorra beige. Son poco más de las seis de la mañana. Es la hora. Ya empiezan a caer sobre Cuba las primeras luces del amanecer.