sábado, 2 de abril de 2011

Haciendo las cosas bien

Por Carlos Manuel Álvarez Rodríguez
1-Consejos para escribir crónicas cuando se estudia periodismo en Cuba:
-Lea hasta el delirio, en cualquier lugar. Poesía y crónicas. Cuentos y novelas también, pero en una ínfima menor medida. No lea mucha noticia, solo las necesarias.
-García Márquez, Gay Talese y Martí son imprescindibles. Usted los lee y, tal y como dijo Guillén de los clásicos del Siglo de Oro, después los olvida. Tampoco los venere. Eso no da nada. Y es demasiado parecido al snob.

-También lea a Carpentier y a Mañach. Sin mínima sombra de preocupación, pues ambos son inimitables. Solo un perfecto imbécil los imitaría. Copiaría el estilo a tropezones. Con largas introspecciones mentales y horas y horas en posición de yoga delante de la hoja o la pantalla. Lo cual ya no se parece… ¡ese es el maldito y difundido snob!
-Quizás, por lo que dicen los mayores, debería recomendar a Kapuscinsky. Pero no lo he leído. Y mi religión me prohíbe hablar sin conocimiento de causa.
-No lea al Vargas Llosa reportero. No es buen periodista. Tampoco es que le haga mucha falta. Lea Conversación en la Catedral. Y no sus reportajes sobre el Congo. Como periodista parece más un político que un escritor.
-Solo si ha leído lo suficiente, y ha leído a estos hombres, debería usted lanzarse a remedar sus primeras crónicas.
-Fue una broma. Olvide lo anterior. Eso nadie lo hace. De lo contrario no existirían los malos periodistas.
-Usted puede plagiar, pero nunca a los monstruos literarios. Si va a plagiar que sea a alguien bueno y sin demasiada fama. Obviamente, un tipo así nadie se lo va a sugerir. Usted tiene que buscarlo. ¿Cómo? Leyendo más. Después le pide a préstamo ciertas ideas y nadie lo notará.
-Entre los tipos que no se conocen demasiado y que usted pudiera leer están Juan Orlando Pérez y Michel Contreras. Ambos son cubanos y ambos están vivos. Los dos son medio poetas. Uno hace crónicas muy largas y el otro crónicas muy cortas. Uno vive en Londres y el otro en La Habana. Quizás ni se conozcan. Pero yo los leo con fervor. Es decir, me perfilo como un punto en común, lo que me arroga el derecho a decir que son, al sol de hoy, juntos con Yamil Díaz, los mejores cronistas cubanos.
-No fuerce los temas. No intente parir crónicas como si fueran curieles. Como si fueran, digamos, coberturas de asambleas.
-Escriba del pueblo de su infancia. De otros recuerdos de la niñez. De sus fantasmas internos. En suma: de lo que tiene clavado en la memoria. Solo después podrá narrar en tercera persona, y utilizar el diálogo y el dato escondido. Pero solo después. Además, ninguna de esas cosas es demasiado importante.
-Los elogios nunca son buenos. Embriagan el alma y aturden. Lleva un esfuerzo doble percatarse de que son hojarasca. Por eso, si nadie lo elogia, alégrese.
-Si el elogio viene de un amigo muy cercano, o de un simple desconocido, alguien que lo leyó por azar, alégrese también. Las personas de mediana confianza casi nunca son de fiar. Los grandes maestros tampoco. Ya aseguraron la trascendencia.
-Preste atención a lo que dijo y a lo que hizo Hemingway. Salga a la calle. Intente pasar desapercibido. Si su apariencia física o sus compulsiones emocionales no se lo permiten, igual salga a la calle. Es vital. Ni Borges ni Lezama hubieran sido grandes periodistas. Lo íntimo ha de estallar a la luz del día, para beber de honda y bella pureza cotidiana. Eso no lo dijo Martí, pero bien pudo.
-En otras palabras: practique la sensibilidad. La sensibilidad es una masa amorfa, y así, en bruto, no conmueve a nadie.
-No de lecciones de moralismo. Usted no es cura. Es cronista. No imponga. Sugiera. Y ni eso. Solo cuente sin esperar nada a cambio. Como si en ello le fuera la vida.

2-Consejos para publicar crónicas cuando se estudia periodismo en Cuba:
-No escriba, en primera instancia, para publicar. Todo el mundo reniega de sus primeras publicaciones. Y a menor edad mayor desprecio. Mayores torpezas. Entre los poetas, Rimbaud es la excepción. Y murió en el siglo XIX. O sea, aún no existía ni la UPEC.
-En primer año, publicar es sagrado para casi todo el mundo. Algunos lo expresan con más euforia y otros -los astutos- con menos. Esto, aunque parece ingenuo e incluso algo detestable, resulta normal. A la altura del tercer o cuarto año ya usted debe haberse enterado de que el crédito periodístico es minucia. Solo el desvariado incontinente, el ególatra aerostático supone un triunfo en una pompa de esa índole.
-Si usted es lo suficientemente talentoso, y es, digamos, una buena persona, tendrá un amigo con un blog. Publique ahí. Al inicio le parecerá poca cosa. Después se dará cuenta de que no hay mejor lugar para publicar que el blog de un amigo.
-Si no tiene amigos, entonces funde su bitácora personal. Aunque esto lleva promoción. Tendrá que crear su página en Facebook, y hacerse de otros importantes e intangibles ecobios.
-Eso no es malo. Es en verdad algo maravilloso, el estandarte de nuestra época. Pero tenga presente siempre las palabras de Jonathan Franzen (el gran novelista norteamericano que probablemente trascienda nuestras finitas y ordinarias décadas): “no hay que perder de vista que Internet siempre está atrasada respecto de la realidad; la televisión también. Es uno de los malentendidos de esta época. Lo que realmente se adelanta a su tiempo es siempre la literatura, precisamente porque no está pendiente de la basura televisiva.”
-No se desespere, si usted es lo suficientemente dichoso, algún medio decente le propondrá que colabore. No piense en el dinero. O no piense demasiado. Acepte la propuesta. Se sentirá feliz.
-Ya en el medio le parecerá que algunos de los periodistas graduados no son muy competentes. No digo ni que sí ni que no. Solo digo que esas percepciones no son declarables. Porque pudiera confundirse con la arrogancia. Y peor solo la incoherencia. O la pérdida del honor.
-Si la mayoría de los periodistas lo tratan a usted con mucho cariño, como a un pobre benjamín, preocúpese. No representa ningún peligro. Si dejan de saludarlo, o lo miran con indiferencia, sus líneas están surtiendo efecto.
-No se amilane si el medio no entendió o tergiversó lo que usted quiso decir. Eso sucede en todos los lugares y en muchos momentos. Usted tampoco es muy comprensible con el medio. Y ahí radica el gran problema de nuestra prensa. Que los periodistas y los medios casi nunca se ponen de acuerdo, y tergiversan con denuedo las intenciones del contrario. Parece un callejón sin salida. Y lo es. Aunque posiblemente, a la larga, ni los medios ni los periodistas tengan la culpa.
-Publicar de vez en cuando está muy bien. Pero eso es una cosa, y otra muy distinta es mendigar espacios. Como si te hicieran un favor.
-No intente colarse a diario. A usted no le pagan. No está presionado. Escriba a sus anchas, cuando le plazca, de lo que verdaderamente vale la pena escribir, y aproveche y saque a la luz los trabajos engavetados del inicio, aquellos que solo ha leído su familia.
-Sea autosuficiente, pero no altanero. Esta retórica aparente supone prudencia. Y sensatez.
-No haga concesiones de ninguna índole.
-No confunda no hacer concesiones con no aceptar consejos.
-Si va a aceptar consejos que sean de José Alejandro Rodríguez. Es un personaje de caballería, un guerrero solitario, y sabe casi todo del periodismo cubano. Es bueno oírlo hablar. Nunca miente.
-Si va a escribir de su persona trate que sea de lo más desgarrante, de lo más sincero. Algo que no solo le interese a su abuela o a su tía o a la madrina de la infancia. Algo que epate a otras personas. O sea, cosas bien puntuales, porque, contrario a lo que enseñan los primeros días del primer año de la universidad, usted por ser periodista no es el ombligo del mundo. Usted no es nada. Y ni sus entrevistados ni los personajes de sus crónicas deben agradecerle. Más bien todo lo contrario.
-No utilice viejos y deplorables trucos. Cuando un periodista se quiere inventar una situación determinada la coloca en una guagua. Si quiere criticar la telenovela, casi siempre la espectadora furibunda es la vecina. Todo esto es absolutamente inverosímil y falso. No trate de salir ileso. Usted es uno más y también está inmerso en la banalidad cotidiana, en la insignificancia constante que puebla la vida del hombre desde que Edipo se bailó a Layo. Es más, si usted de verdad no es presa de lo rutinario, debería ponerse en situación. Si no ve la película de los sábados, pues entonces escriba que la vio.
-El lector inteligente nota enseguida las costuras, las poses ridículas y edulcoradas. Y rechaza cualquier artificio. El lector bruto no. El lector bruto le dirá que su artículo es muy educativo, que enseña valores y ayuda a formar las nuevas generaciones. Como puede ver, un lector bruto no sirve de mucho. No sabe nada de la realidad. Y casi siempre cita a Góngora y a Martí sin haberlos leído.
-No piense en el lector. Los estudiantes de periodismo no tienen lectores. Solo los clásicos cuentan con fieles y austeros discípulos. Veinte o treinta, diseminados por el tiempo y por los continentes.
-Ese no fue un buen argumento. Usted no debe pensar en los lectores por lo siguiente: los lectores no existen. Son como el sueño americano. Y solo sirven para traicionarse. O para enajenarnos. La crónica es la crónica. Y nunca debe perder el rumbo.
-Olvide esto. Es el primer paso para escribir bien. Pero no haga concesiones. Nunca.

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