domingo, 12 de septiembre de 2010

América te hablo de Silvio

"...y una presión de dios en la huella..." Foto: Iván Soca

Por Julio Batista
Sentado en aquel teatro junto a mi novia, disfrutando de la presentación de quien me hizo soñar con unicornios azules de niño y más tarde creer en la fuerza que tienen las alas de colibrí, todo parecía reducirse al ambiente de magia creado por quienes estábamos allí reunidos.
Lo recibimos como se merece, como se lo ha ganado: de pie y aplaudiendo. Y es que Silvio es un ser de otro mundo, un animal de galaxia, una de esas personas capaces de cambiar nuestra perspectiva de un tema de solo escuchar una de sus canciones, un duende de cuentos, un reparador de sueños.
El Bicentenario de Chile fue el pretexto para reencontrase con su público, para entregar nuevos arreglos de viejas letras. Y aunque pareció una pifia inocente del presentador, sí estábamos en la República de Silvio; no en su bicentenario, porque el tiempo para él es imposible medirlo en años, porque el tiempo para Silvio solo tiene eternidad.
Nada podía opacar la velada, y con una mano larga para agarrar estrella y una presión de dios en la huella nos sedujo otra vez, cantando.Volvimos a pedir perdón a los muertos de nustra felicidad y a dibujar un óleo de mujer con sombrero. Afuera seguía la gente, la ciudad, la vida; tras las puertas del teatro el espacio cobraba otro significado y por dos horas fuimos una familia reunida entorno uno de sus miembros, compartiendo la simple dicha de estar juntos. Todas la generaciones confluyeron, todas en armonía, esa que él sabe lograr, impuesta con la melodía que regala.
Y es que hablar de este hombre resulta sencillo, no creo que exista un cubano que no sepa quien es. Puede gustar o no (son pocos estos últimos), pero es imposible ignorarlo, porque a los necios nos se les ignora aunque estén equivocados, porque quien viva de preguntar merece respeto. Y es por eso, América, que hoy te hablo de Silvio.
Silvio cantaba, y mientras lo hacía, toda mi piel se erizaba y solo pensaba en quedarme allí, quieto, sin mover ni un músculo para intentar prolongar aquel fantástico encuentro cuanto fuera posible. Porque no todos los día tiene uno el placer de disfrutar de un concierto así, en el cual no importaba que ropa llevaras puesta siempre y cuando no hubieses olvidado traer tu alma.

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