¿Cubren los profesores todas nuestras espectativas? |
Por Julio Batista
He tenido la suerte de contar en mi vida con excelentes profesores y con otros no tan geniales, mas de todos he aprendido. Sin embargo, durante mucho tiempo, para ser exacto hasta hace solo algunos días, pensaba que mis maestros tenían que ajustarse a mis normas, a mis espectativas y exigencias. Tenían que ser ese cúmulo de virtudes que sus estudiantes aspirabamos, sin tener en cuanta que los profesores no los traen "a la carta".
Hasta en quienes no consideramos como el paradigma de la educación hay mucho para nutrirnos. Porque sin importar lo que digamos, cada cosa en el universo tiene un pedazo de conocimiento para ofrecer. Muchas veces subvaloramos a nuetros maestros, por juventud, por criterios distintos a los nuestros, o por cualquier cosa (que a nuestra edad son muchas); y lo peor de todo es que esa misma actitud nos impide aprovechar cada instante que los tenemos delante.
Casi ningún estudiante puede comprender la posición en la que se encuentra alguien frente a un grupo de jóvenes inquietos a los que trata de enseñar de la manera más amena posible. Y es que eso solo se entiende plenamente cuando se está al frente, intentando que una teoría, un teorema o una obra literaria sea lo suficientemente interesante como para que la educación no se convierta en un castigo, y el aula en una celda.
Pero no todo puede recaer en el estudiante. La misma persona que me dijo la frase que le da título a este post también aportó otra idea totalmente cierta: quien pueda pararse frente a un aula y dar clases sin importarle lo que ocurra entre las hileras de estudiantes, se equivocó de profesión.
¿Cómo lograr entonces la armonía necesaria? No es cuestión de recetas o fórmulas mágicas, se logra con respeto (por ambos lados), con preparación, conocimientos y añadiendo una buena dosis de amor por lo que se hace, además de la inagotable paciencia y diplomacia que deben caracterizar al "profe".
Ser maestro: más que escribir en la pizarra |
Y es que cuando una conferencia nos resulta atractiva, la clase se convierte en una especie de santuario donde a nadie se le ocurriría levantar la voz. Donde, como fieles devotos, escuchamos al profesor sin pestañear siquiera para no perdernos uno solo de sus gestos.
Mas, infortunadamente, no son todos los que logran cautivar la atención de sus pupilos, convertirlos en sus "compinches" de pensamiento, inocularles el virus de la curiosidad y del pensamiento, motivarlos a salirse del marco de la academia, a buscar más allá y a encontrarse a sí mismos (que es lo más complicado). Por suerte los he tenido así, quizás sea esa la razón por la cual les pongo el listón tan alto a los que van llegando, sin detenerme a mirar que no hay dos personas iguales; y los maestros, contrario a lo muchos creen, también son seres humanos. Olvidando a veces que no hay profesores a la carta.
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