miércoles, 23 de febrero de 2011

Añorado encuentro: un bolero increíble

Por Carlos Manuel Álvarez Rodríguez
Portada de la nueva producción del ICRT
Los poemas a la muerte son engaños. La muerte es la muerte.
TOKO
Cambio el canal. Ya ni siquiera veo la pelota. Son muchas las razones y una sola la decepción. No conozco al pitcher. No conozco al bateador. He olvidado sus nombres. Ya no sigo las estadísticas ni sufro demasiado con las derrotas. Y eso es pecado. Los lanzadores y los bateadores cubanos son como el testamento de Eliseo Diego. Inmortales.

Vuelvo a cambiar. Busco en los canales educativos y sigo de largo. Hasta el principio. En un recorrido circular. Interminable. A veces, cuando lo atrapo, me siento a ver Escriba y Lea. Eso sí es programa, digo, y lo disfruto un rato. A las dos o tres decepciones apago el televisor. Es imposible. Hay trampas. Pero no. Todavía quedan restos de sinceridad. Los panelistas son legítimos. Cómo rayos esta gente sabe tanto, pregunto.
En verdad estoy fabulando. Hoy no transmiten a la Dra. María Dolores Ortiz ni al Dr. Pérez Herrero. Lo que me devuelve de plano al objetivo inicial.
Noche de miércoles. Ejercicio periodístico. Necesario para hablar de la realidad cubana, de sus problemas acuciantes, de su representación en la pantalla. Y he llegado a una conclusión. Se me hace difícil la realidad. Se me hace difícil la televisión. Es un riesgo hablar de lo ajeno. Un tanteo a ciegas. Adrenalina de alpinista. Hablar de temas sagrados. O no hablar de temas sagrados. Que es lo mismo. El análisis filoso y terrible del silencio.
(Para García Márquez, la mejor entrevista es la de Gay Talese a Frank Sinatra. Y es la historia de Talese persiguiendo a Sinatra. Y es la historia de cómo Sinatra inventa excusas para prolongar la cita. Una cita que nunca se efectuó. Y esa es la entrevista. Lo que quiso ser y no fue. Algo así como la gestación sin éxito de un parto. Un desencuentro interminable.)
Por tanto, he fracasado. Nuca podré evaluar con justeza la actual telenovela cubana. No podré complacer a presuntos lectores. Ni tirar piedras certeras sobre nuestro techo de cristal.
Tal vez alguien -otro periodista- exprese balbuceos. Que la novela es aburrida. Que no está bien que determinados actores engolen la voz como galanes de radio. Ni que el guión sea tan dolorosamente estéril. Y que la trama y los móviles de hace sesenta años debieran renovarse, o corren el riesgo de morir en aguas procelosas, en la inobjetable filosofía popular. Y que el patetismo es una cosa y la sensibilidad otra. Porque si el melodrama de turno es sentimiento, yo -lo admito- soy un desalmado.
Y alguien -otro lector- deberá decir también que los personajes ya no pueden ser manipulados en función de ideas o conceptos, siempre redondos, siempre predecibles. Que las novelas de tesis tuvieron una época, hace varios siglos. Que la omnisciencia es fácil, pero peligrosa. Que la irreverencia no es una muchacha de regreso a Cuba, con el archipiélago nacional tatuado en lo bajo de la espalda (no sé si le habrán pintado la Isla de la Juventud). Que el resentimiento no es un hombre inválido. Eso más bien es lo desquiciante. Y que la vida de los cubanos no está centrada en una rueda de casino, aunque a veces demos vueltas sobre nosotros mismos, y andemos excesivos de gestos, y bailemos en la cuerda floja, en la nariz del porvenir.
"las novelas sobre la vida son engaños. La vida es la vida".
Pero esto último no es contundente. Ni el arte, ni sus hijos trasnochados, tienen que ilustrar obligatoriamente un lienzo exacto de la realidad. Lo que por demás, parece imposible. El arte es…
De acuerdo, yo no sé a ciencia cierta qué es el arte. Pero sé que la telenovela cubana es absolutamente inverosímil. Y si quiere reflejar la vida de los cubanos, no lo logra. Y si quiere sugerir valores, tampoco lo logra. Porque la Cuba de hoy es cualquier cosa menos plana. Y el mérito humano, desde los griegos, es cualquier cosa menos un lugar común. Y el argumento de una rueda de casino a lo largo de 40 ó 50 ó 100 capítulos no tiene carga dramática. O sea, puede ser cierto, no representado. Algo que Aristóteles ya dijo cuando diseccionó el teatro antiguo, sentado en las gradas de un anfiteatro ateniense semejante a Epidauro, el cual debió haber sido como La Tropical.
Ahora, implacable y sereno, pero con miedo a parecer un inconforme desvariado, parafraseo una intuición: las novelas sobre la vida son engaños. La vida es la vida.

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