martes, 8 de febrero de 2011

María de todos los ángeles



Por Jaime Masó Torres
“… y al cerrar mis ojos definitivamente aspiro a que (…) no me recuerden sobre un escenario, sino como una mujer sencilla, con defectos y virtudes, inmersa en sus ocupaciones habituales y merecedora, a su debido tiempo, de lo necesario para hermosear la vida. Deseo que también piensen en mí como una cubana fiel, sensible, romántica…”
                    María de los Ángeles Santana
Como si “la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma”, la mano ruda de la realidad nos golpea el rostro: en la noche del lunes siete, murió María de los Ángeles Santana. De repente, se agolpan los recuerdos como ráfaga y llueven las anécdotas e historias de quien supo ganarse, por derecho propio, el cariño de toda una Isla. Para establecerse en las puras esferas de lo divino, María de los Ángeles obvió toda superstición y se marchó sin hacer el más mínimo rumor. 
Hace un par de años la vi, a escasos metros, en un homenaje que el Instituto de la Radio y la Televisión le celebraba. Ya estaba en una silla de ruedas, como muestra evidente de unos años que no perdonan, mas, una risa atrayente  echaba por tierra el pesado saco de lo vivido. 
Entre los jóvenes de mi generación atraídos por el arte, la figura de María se estableció como la gran actriz que todo lo supo hacer, y traspasar las fronteras hasta despertar el interés, incluso, para quienes solo el archivo habla de su presencia en San Nicolás del Peladero. Cuando  de la Alcaldesa Remigia se habla en casa, abuela Teresa se dobla de la risa rememorando cómo María llamaba a Agamenón, las primeras veces muy fina y ya al final, desaforada y excesiva. 
Tenía alrededor de diez años, cuando la TVC decidió retransmitir en la programación veraniega el clásico Los abuelos se rebelan. Me enfrentaba ante el dueto, casi perfecto, de María de los Ángeles y Armando Soler, demostrándonos cómo el amor renace y se activa a cualquier edad. Merecedora del Premio Nacional de Teatro en el 2001, Santana dio vida al personaje de Amparo, en la obra Una casa Colonial, de Nicolás Dorr, el cual, desde su puesta en escena se convirtió en un clásico del teatro cubano. 
La eterna maestra del arte se nos fue en febrero. En este mismo mes pero de 1949, Santana pasó a integrar, el elenco de la compañía Teatro Cubano Libre, de Carlos Robreño y Rodrigo Prats. Un año después, también en febrero, María debutó en el teatro Madrid de la capital española, llamando la atención desmedidamente. Quiso entonces la vida que también en el mes del amor, María de los Ángeles se estableciera en el Olimpo para, desde allí, volvernos a deleitar con su inconfundible voz, el tema Mariposa del maestro Lecuona. 
Si es la muerte un pretexto o derecho del hombre, jamás sabríamos definir el misterio que ella encierra. Tampoco la estela de dolor que deja y mucho menos las secuelas de su presencia. Si bien ya María de los Ángeles no estará físicamente entre nosotros, es su obra el único consuelo para vivificar a quienes sufren su partida. No lleves María, tus recuerdos. Déjanoslo hoy y siempre, para recordar tu triunfal paso por la Tierra.




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