domingo, 7 de noviembre de 2010

Mi primera vez

Por Julio Batista
Desnudo. Así me sentía y la sensación no me abandonaba. Antes de entrar ya me sentía sin ropas, sin defensas, solo, enfrentando la inmensidad. Sin embargo ya no era hora de echarse atrás. Yo sabía que esto iba a pasar y no lo había evitado, de hecho, había puesto todo mi empeño para estar ahí. Mas, no por eso, mis rodillas dejaban de temblar.

Siempre entendí que para todo hay una primera vez, y era verdad que tenía aprendida con total tranquilidad, pero una cosa es la teoría y otra muy distinta...la realidad. Y no quiero decir que la teoría no sirva de nada, por el contrario, ayuda a formarse una idea y a prepararse, sin embargo, por mucho que hubiese estudiado y visto materiales didácticos del tema, mi posición no era para nada ventajosa en este caso.
La solución no era retroceder. Nunca he sido de los que se quedan a mitad de camino, y esta no iba a ser la excepción. Claro, estaba el asunto de la autoestima. Hasta ese momento siempre había salido bien plantado de las peleas, y comprendí desde pequeño que "las broncas se echan para ganar". ¿Y si no podía con todo? ¿Y si por casualidad no daba pie con bola? ¿Y si pasaba algo que no había previsto? ¿Y si...?
La sangre corría por mi cuerpo con más fuerza y una idea martillaba incesantemenete en mi cabeza: estás a tiempo, vete. Los pensamientos no tenían orden lógico y solo me preocupaba el miedo al ridículo, si miedo, justamente miedo. Pero cómo no tenerlo. Al fin de cuentas, era mi primera vez. Y aunque las meteduras de pata de la primera vez siempre se perdonan, o se recuerdan con cariño, yo prefería evitarlas a toda costa. 
Pero entre mis opciones no estaba hacer el papelazo, y además si otros habían podido ¿por qué yo no?. Eso solo me dejaba con una alternativa: vencer. Pero en ese caso el término se volvía ambiguo, en ese caso era difícil saber a ciencia cierta quien sería el ganador, o si realmente importaba ganar. ¿Acaso eso de la derrota no es relativo? y no lo digo por Einstein, sino porque he comprobado que en ocasiones no es lo más importante, aunque siempre queramos llevarnos la mejor parte en el asunto.
Solo podía pensar en qué sucedería cuando traspasara la puerta, la tensión no me dejaba casi ni moverme, o articular palabras. Y es que la primera vez siempre es bastante impactante para todos, eso no se puede negar. No importan los entrenamientos previos, o los ensayos. A esa hora las frases que se te antojaban geniales para romper el hielo y entrar en confianza, parecen tonterías; todo deja de funcionar como lo habías planeado y lo mejor que puede pasar es que sepas adaptarte como un camaleón a las nuevas circunstancias y salir adelante con la moral lo menos pisoteada posible.
Por eso estaba tan nervioso, cualquiera se sentiría así si hubiese estado allí, sin tiempo para reconstruir las primeras palabras (esas que nunca se olvidan), sin el menor pensamiento positivo y con la consigna ni un paso atrás. Solo podía pensar en las palabras de Julio Cesar cuando le tocó cruzar el Rubicón: Alea jacta est. Pero en este caso, toda la presión que tenía encima la canalicé para emitir la frase que marcó, desde ese momento, la relación que comencé a gestar: Buenos días, yo soy su nuevo profesor de Historia.

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