martes, 10 de agosto de 2010

Dos monedas y un país


¿Solución o problema?
Por Julio Batista
La dualidad monetaria en Cuba, es un tema escabroso y sobre el cual todos opinan, pues de alguna manera, quienes viven la realidad de este suceso, quienes trabajan honestamente con el afán de continuar avanzando en esta aventura iniciada hace 50 años, sienten que, lejos de beneficiarse con la misma, son más afectados. Si hace 15 años entendíamos que la dualidad de moneda era algo necesario, ahora, es un tema de discusión en el cual los argumentos van pesando como ladrillos lanzados desde un balcón.
Durante el período especial, cuando el país se hundía en medio de una crisis total de la economía nacional, la inserción del dólar en el mercado nacional como vía de recopilar divisas para el comercio internacional, vino a resolver de manera emergente un problema que nos afectaba duramente. Antes de poner en marcha este proyecto, se tuvieron en cuenta las contradicciones que el mismo podría traer para el entorno nacional tras su aplicación: la aparición de nuevas clases sociales y  las desigualdades que la acompañan, no fueron desconocidas por los analistas, esto es algo que siempre se tuvo bien claro. Pero, desgraciadamente, era una medida imprescindible para la supervivencia de nuestro país.
Desde el primer momento en que se puso en práctica la dualidad monetaria, se vieron las deficiencias de la aplicación de la misma. Los principales problemas que salieron a flote fueron las marcadas diferencias sociales entre quienes tenían acceso a la divisa y los que no, esto trajo como consecuencia que los sectores sociales que con su trabajo no podían suplir sus necesidades de vida, buscaran una alternativa en otros sectores de la producción o del servicio, con mayor  frecuencia hacia el turismo.
Así, en el caso específico de educación, muchos maestros dejaron las aulas, no por falta de amor hacia la profesión, sino porque tenían que suplir sus necesidades como seres humanos y, con el salario que recibían, les era imposible lograrlo.
Fue una época de cambios profundos en nuestra economía y que requirió de transformaciones en toda la estructura social cubana. Para sobrevivir en el mercado internacional, en el cual nos insertábamos solos por primera vez desde hacía 30 años, el país se vio en la necesidad de despenalizar el uso de la divisa y, con ello, adoptar la circulación de dos monedas totalmente diferentes en nuestro país.
Después, con el paso del tiempo, surgió el CUC, nuestra propia moneda de cambio, sustituyendo al dólar, algo que en esencia, no significó cambio alguno para la población promedio de Cuba, pues solo cambió el nombre y el color del papel, ya que continúa representando lo mismo.
Para quienes viven de un salario, para las personas que no incurren en delitos dentro ni fuera de su trabajo, y no tienen otra entrada de dinero que la que obtienen con su esfuerzo diario, resulta bastante contradictorio que, a pesar de ser una sociedad que pone en primer plano los valores éticos y morales, tengan menos posibilidades de adquisición de productos básicos que muchos individuos que no tienen empleo conocido y, cuya conducta social deja mucho que desear.  
A pesar de todo esto, es sabido que el país no está en condiciones de enfrentar la reestructuración de todas las instituciones en el sistema económico nacional que traería aparejadas la unificación de las dos monedas que hoy circulan en nuestro territorio. Por ello es que la situación se hace más delicada, porque todos entendemos el problema, pero comprendemos aún mejor sus consecuencias, las cuales nos afectan bien de cerca.
Nos resulta totalmente descabellado que en una sociedad como la nuestra, que pone en un primerísimo plano la formación académica de sus miembros, la superación constante de todos los profesionales, que apoya a quienes tienen el empeño para continuar estudiando, aunque el tiempo no les alcance y tengan prácticamente que dividirse en pedacitos con el fin de no desatender todas sus obligaciones, sea, precisamente, el sector profesional el que se vea más limitado en cuanto a recursos financieros se refiere. Y es que como dijera el popular grupo Buena Fe: “si en la vida real el trabajo valiera”, otro gallo cantaría.
Para una buena parte de la población media cubana, me refiero a la masa trabajadora (cuyo salario es en moneda nacional), existen hoy,  en nuestro país, precios y lugares prohibitivos.  Lo que hace solo uno años considerábamos un lujo, en estos momentos, por el vertiginoso aumento de la tecnología, son necesidades, en un gran porciento laborales.  

Pero no es tan sencillo. Dibujar el problema tan superficialmente, sería como intentar simplificarlo a un mero contratiempo económico, y no es así, porque si es cierto que se trata de una situación que afecta directamente a este sector, sus repercusiones son clarísimas en la sociedad.
En una ocasión el Comandante en Jefe expresó que: “Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado, (...) es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos...” , entonces, para mantener la obra que se ha edificado a golpe de esfuerzo y sangre, y para no destruirnos como nación y perder nuestros valores como seres humanos, es imprescindible  cumplir con esta premisa.
Es por todo ello que la búsqueda de una solución viable, tanto desde el punto de vista financiero como para la población, se presenta como un imperativo para el estado cubano. De no lograrse esto, la crisis de valores que enfrentará el país alcanzará magnitudes imposibles de revertir, atentando contra todos los conceptos y valores defendidos por el proceso revolucionario desde su creación, algo que no podemos darnos el lujo de permitir, pues los mismos son la base de la construcción de una sociedad más justa. Tengamos presente todo el tiempo lo que reza el viejo refrán: “No esperemos a que se apague la luz para buscar los fósforos”.
Por lo tanto tratemos de concientizar que aunque las diferencias son inevitables desde el mismo momento en que una moneda tiene mayor valor adquisitivo que otra, y ambas circulan en el mismo país; estas diferencias no pueden llevar a la degeneración espiritual de los seres humanos, algo que ocurre con demasiada frecuencia. La principal tarea de nuestra economía debe ser, a mi juicio, producir. Solo así será posible la recuperación de la misma y con ella, la reivindicación de nuestra querida moneda nacional, esa que recibimos al final del mes, y que casi nunca alcanza para terminar el que entra.  

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