jueves, 5 de agosto de 2010

Habana de todos




Una ciudad que nunca deja de sorprender

No hay en Cuba quien escape de su magia, de esa increíble familiaridad con que se habla de ella aún en los más distantes rincones del país. Cada cubano la reconoce como suya, y de alguna manera lo es, porque siempre acogió, y acoge, a quienes se atreven a dejar el terruño que los vio nacer para intentar colarse entre sus enmarañadas calles y avenidas, cargadas de historia y tradiciones.
Para esos que siguiendo un sueño, o la ilusión de convertirse en hijos de esta ciudad, sino por nacimiento, al menos por adopción, llegan a ella con la cabeza repleta de ideas o la voluntad para hacerse de un futuro, es el lugar ideal para alcanzar sus anhelos.
Y es que, hablar de Cuba sin mencionar a La Habana, es como referirse  a Santiago de Cuba sin Maceo, Kindelán o Pacheco, como hablar de Pinar del Rio sin tener en cuenta a Omar Linares, Luis Giraldo Casanova o Willy Chirino. Porque eso es ella, la hija predilecta de esta tierra, caliente, bullanguera, musical, cosmopolita, sensible y mestiza como su madre.
Desde el Templete hasta la Plaza de la Revolución, todos los rincones de la Capital tienen un pedacito de historia para contar, unas de felicidad y otras de tragedia, pero que sin dudas engrandecen la vida de esta señora, que próxima a cumplir sus 480 años de existencia, se niega a dejarse vencer por el tiempo y las dificultades.
Cuna de los personajes más ilustres de nuestra historia, cuenta entre sus hijos con el más universal de todos los cubanos, José Martí, quien naciera en una casita ubicada en la calle de Paula, actual Leonor Pérez. Además, vieron la luz aquí deportistas como nuestro primer Campeón Olímpico, Ramón Fonst, o los estelares peloteros Agustín Marqueti, Rey Vicente Anglada y Germán Mesa, todos miembros del mítico Industriales, equipo insigne del pasatiempo nacional.
Por si fuese poco, también vio pasear por sus avenidas a personajes que han pasado a la posteridad como verdaderos mitos de la cultura ciudadana. Nombres que todos conocen, engrosan la lista. ¿Quién no ha escuchado hablar de Yarini? Célebre chulo y proxeneta  de La Habana de principios del siglo XX, verdadero rey de los barrios marginales y cuyo centro de poder radicaba en San Isidro, zona de tolerancia para las autoridades de la época. O del Caballero de París, que con su locura singular repartía flores y poemas entre las mujeres de la ciudad, alegrando la existencia de todos los que tenían la suerte de encontrarlo.
Otro de sus atractivos lo constituyen los sitios que la adornan. ¿Cuántos han visto caer la tarde sentados en el malecón? O  han admirado la vista que ofrece la ciudad cuando se le mira desde la base del Cristo, monumental escultura de mármol blanco que custodia la bahía en la cima de Casa Blanca.
¡Qué decir del Capitolio Nacional! Recinto que acogiese en sus salas a los representantes del senado durante la república neocolonial y que, ahora, es un lugar de obligada visita para todo cubano que llegue a esta ciudad.Tras franquear la escalinata que nos lleva al interior, exhibe con orgullo la tercera estatua más grande del mundo bajo techo que representa a la diosa Artemisa.
En el paseo más famoso de La Habana, con leones incluidos, encuentran refugio tanto los enamorados como los artistas que de manera informal exponen su obra para quienes la quieran ver, todos  juntos, bajo la custodia de los broncíneos felinos que parecen prestos a salir andando por un Prado que les pertenece por derecho propio.
Pero para muchos capitalinos hay un lugar que sin destacar por su belleza arquitectónica se convierte en referencia obligada. Aquí desaparecen las diferencias sociales y las peleas entre barrios. Da lo mismo que seas de Cayo Hueso o Siboney, lo importante es que  tengas un pullover o gorra azul, siempre azul. El Latinoamericano, el Coloso del Cerro, se convierte con cada partido en una caldera de presión donde hierven, a ritmo de beisbol, emociones de toda índole, esperanzas, frustraciones, amor y odio.
Nada como sentarse en el Parque Central y reír con las discusiones de los asiduos de la peña deportiva, o bajar por la calle Obispo, repleta de comercios como en los primeros años en que la empedraron nuestros antepasados.
Pero La Habana no es solo el casco histórico y las zonas aledañas a este, claro que no. Que se puede decir de Finca Vigía, refugio de un “cubano sato” según se denominó a sí mismo el Premio Nobel de Literatura Ernest Hemingway, quien aún no ha abandonado tampoco su rincón preferido de esta ciudad, perpetuado en el bronce de una estatua que lo recuerda en la barra del Floridita.
Hay, además, dos símbolos de nuestra ciudad que no se pueden olvidar, la escultura que regentea el Castillo de la Real Fuerza desde la cúpula de una de sus torres, y nos trae a la memoria la historia de Isabel de Bobadilla, quien subía a esa torre para esperar el regreso de su esposo y que quedara inmortalizada en la reconocida Giraldilla. Y por supuesto, la tradición más añeja de las que sobreviven en la capital y que cada noche, justo a las nueve, deja oír un disparo que antaño sirvió para anunciar a los pobladores el cierre de las puertas de la muralla.
Lugares de gran reconocimiento es lo que se sobra en esta ciudad, y la lista de ellos sería realmente larga, pero algunos tienen un especial significado para los habaneros, El Morro, La Cabaña, el Malecón, el castillo de la Chorrera, que tan bellamente dibujara Esteban Chartrand, y la Catedral, son sitios inolvidables.
Pero no solo son los espacios más hermosos los que constituyen símbolos de la Capital, ¿Dónde queda el solar de la California?¿O los barrios de Jesús María y Colón? Por supuesto que todo rincón tiene su historia, sus propias leyendas y la belleza de la gente que vive en ellos, quienes con su diario quehacer  dan vida a esta jungla de asfalto y concreto.
Nadie sabe qué pasará mañana, si estaremos vivos o no, no podemos tener la seguridad de que todo permanecerá inamovible, pero algo sí es cierto: mientras un habanero respire, Ciudad de la Habana vivirá.

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