domingo, 15 de agosto de 2010

Yo soy de un pueblo pequeño, pequeñísimo

Por Julio Batista
Negar los orígenes es una forma de olvidar quienes somos. Y eso es correr el riesgo imperdonable de no comprenderse uno mismo, que es lo peor que nos puede pasar.
Yo he vivido mis primeros 21 años en un lugar de cuyo nombre casi nadie quiere acordarse, y que por supuesto no se encontraba en La Mancha. No, mi pueblo es uno de los consejos populares que integra el municipio habanero de Melena del Sur, en la costa sur de esa provincia. Su nombre, bueno, su nombre ha cambiado con el tiempo, pero siempre ha dependido del complejo azucarero, otrora orgullo del batey. Antes de 1959, Merceditas, después, Gregorio Arlee Mañalich (uno de los mártires municipales de la lucha contra la tiraía batistiana); sin embargo sus habitantes lo identifican con uno más sencillo El Central.

Por mucho tiempo creí, y todavía me gusta acariciar esa idea, que García Márquez se había inspirado en mi pueblo para crear su Macondo. Se que el Gabo nunca ha estado allí, se también que ese honor no nos corresponde, pero cuando leí por primera vez Cien Años de Soledad comencé a redescubrir El Central.
Desde que se entra al pueblo es posible ver la huellas del tiempo, casas de madera, tejas y puntales altos comparten el espacio con nuevas modernas edificaciones de cemento. Sin embargo, como podría suponerse, esta diversidad no implica desorden. Por alguna mágica razón las construcciones se complementan, como una familia donde las diferentes generaciones conviven en armonía, con independencia de sus particularidades.
Allí aprendí a jugar pelota, me raspé hasta el alma mientras aprendía a montar bicicleta, tuve mi primera novia, bronca y allí siguen algunos de mis mejores amigos y mi familia (que es toda mi cuadra). Allí comprendí que todo pasa, me salieron las primeras ampollas chapeando el patio de mi casa y aprendí a cuidar la limpieza cuando me tocó a mí. En su terreno de pelota me convencí que lo mío no era el deporte, y por eso ahora escribo; pero lo más importante, aprendí a ser yo mismo, a apreciar los destellos del rocío sobre la hierba, el canto de las aves a cualquier hora y sobre todo a valorar a su gente.
Quizás sea eso lo más importante de mi pueblo, su gente. Si hay una palabra que defina a su gente esa sería, sencillez. Gente sencilla, sin grandes ambiciones, satisfechas con la sonrisa de cada mañana al encontrarse en la acera, en la cola del pan o en la parada de la guagua. Creo que por eso se me hace imposible olvidar mi pueblo, porque cada vez que regreso descubro cosas nuevas que la cotidianidad me impedía ver.
En cada visita allí, porque ahora voy de visita (¿toda una ironía verdad?), encuentro historias; es probable que un día comience a escribir sobre los personajes de mi pueblo, sobre los colores con los que impregnan la vida de todos los que tienen la suerte de compartir ese pequeño espacio, pequeñísimo, hacia el cual voy ahora en cuanto termine de escribir esto. Nadie sabe, es probable que lo próximo que lean en este blog salga de lo que veré hoy cuando llegue y el polvo me reciba, abrazándome como un viejo amigo.

3 comentarios:

  1. Hermano Julio seguro que nos conocemos pero sinceramente no me acuerdo de ti, pero todo lo que escribes en ese pequeño articulo es totalmente cierto, lo mejor de mi pueblo, tu pueblo es su gente, gente que da sin esperar nada a cambio, gente que día a día sale a trabajar con una sonrisa sin importar cuantos problemas tenga, que son muchos!!! tuve el privilegio de nacer y crecer en el central estuve hasta los 24 años y aunque lejos con ese articulo me sentí mas cerca que nunca en mucho tiempo, que por motivos irrazonables no se permite regresar por el momento, pero espero algún día no muy lejano sentir la misma sensación cuando una nube de polvo me acaricie.... Seychell MIranda (seychell82@gmail.com)

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  2. hola julio ese comentario q haces es cierto es verdad uno nunca niega de sus raices yo no sabia q eras del central

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